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𝟛𝟙 𝔽𝕝𝕠𝕣𝕖𝕤 𝕡𝕒𝕣𝕒 𝕝𝕒 𝕍𝕚𝕣𝕘𝕖𝕟 𝕄𝕒𝕣𝕚𝕒

✞Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro.
✟En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

*Acto de contrición:* Señor mío, Jesucristo…

*Invocación inicial* ¡Virgen de las gracias! Haz que continúe tu protección sobre todos los hijos de la Iglesia universal que, por la gracia del Espíritu Santo, son todos hermanos. La vida de aquí abajo no está exenta de sacrificios y de cruces. Pero mirándote a ti, todo se vuelve leve y ligero. Amén.

*Peticiones*
Que tu Madre, refugio de pecadores, interceda por nosotros, para que obtengamos el perdón de nuestros pecados. Ave María.
Tú, que hiciste a tu Madre llena de gracia, concede la abundancia de tu gracia a todos los hombres. Ave María.
Tú, que quisiste nacer de María Virgen para ser hermano nuestro, haz que todos los hombres nos amemos fraternalmente. Ave María.

*Con flores a María*
En este momento, según el día del mes, se ofrece a María uno de los obsequios espirituales que se proponen más adelante.

🌻*Día 15:* María, Madre, cuando Jesús expuso las ocho bienaventuranzas, no hizo más que fijarse en ti: enséñame a llorar con los que lloran, a vivir las alegrías y sufrimientos de los demás como si fueran míos.
_Te ofrezco: ayudar a alguien que esté sufriendo._

*Oraciones finales*

*Oración de san Bernardo*
Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que ha acudido a vos, implorando vuestra asistencia y reclamando vuestro auxilio, haya sido abandonado de vos. Animado con esta confianza, a vos también acudo, oh Virgen, Madre de las vírgenes, y, aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana. No desechéis, oh purísima Madre de Dios, mis humildes súplicas; antes bien, escuchadlas favorablemente. Así sea.

_Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A ti, celestial Princesa, Virgen sagrada, María, te ofrezco en este día alma, vida y corazón; mírame con compasión; no me dejes, Madre mía._

*Regina Coeli* 👸

Reina del cielo, alégrate, aleluya, porque el que mereciste llevar en tu seno, aleluya, ha resucitado, según su palabra, aleluya. Ruega por nosotros a Dios, aleluya. Gózate y alégrate, Virgen María, aleluya. Porque verdaderamente ha resucitado el Señor, aleluya.

*Oración*
Oh Dios, que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos por intercesión de su Madre, la Virgen María, alcanzar el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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✩✞✩❋✺❋✩✞✩𝓡𝓔𝓕𝓛𝓔𝓧𝓘𝓞𝓝𝓔𝓢 𝓟𝓐𝓡𝓐 𝓒𝓐𝓓𝓐 𝓓𝓘‌𝓐 𝓓𝓔𝓛 𝓜𝓔𝓢 𝓓𝓔 𝓜𝓐𝓡𝓘‌𝓐✿❃❁❤️❤️✿❃❁

1. PROHIBIDO CORRER: Es corto; no tengas prisa en acabar. No es leer y ya está. Dale tiempo a que Ella te hable.

2 LO QUE NO ESTÁ ESCRITO ¿Sabes qué es lo mejor de este texto? Lo que no está escrito y tú le digas; la conversación que tú, personalmente, tengas con María.

*ORACIÓN INICIAL PARA CADA DÍA*

Santa María, ¡Madre de Dios y Madre mía! Eres más madre que todas las madres juntas: cuídame como Tú sabes. Grábame, por favor, estas tres cosas que dijiste:

*"NO TIENEN VINO":* presenta siempre a tu Hijo mis necesidades y las de todos tus hijos.

*"HACED LO QUE ÉL OS DIGA":* dame luz para saber lo que Jesús me dice, y amor grande para hacerlo fielmente.

"HE AQUÍ LA ESCLAVA DEL SEÑOR": que yo no tenga otra respuesta ante todo lo que Él me insinúe.


*Día 15: El rezo del Rosario*

Santo Domingo predicó mucho el rezo del Santo Rosario. Cuenta una biografía suya que un día le llevaron un pobre hombre endemoniado. El Santo puso el rosario que llevaba en el cuello de este hombre y después preguntó a los demonios que le poseían:

- De todos los Santos del cielo, ¿cuál es el que más teméis?

Los demonios se negaron a responder, debido a que había mucha gente delante y no querían revelar en público a quién tenían miedo. Como Santo Domingo insistió, una y otra vez, al final contestaron en voz alta:

- La Santísima Virgen; nos vemos obligados a confesar que ninguno de los que perseveren en su servicio se condenará con nosotros; uno solo de sus suspiros vale más que todas las oraciones, las promesas y los deseos de todos los santos. Muchos cristianos que la invocan al morir y que deberían condenarse, según las leyes ordinarias, se salvan por su intercesión. Si no se hubiera opuesto a nuestro esfuerzo hace mucho tiempo que tendríamos derribada y destruida a la Iglesia entera. Santo Domingo hizo rezar el rosario a todo el pueblo, y al fin los demonios salieron del hereje, dando aspavientos.

¡Qué suerte ser tu hijo, María! Ahora sí que digo con toda paz que no tengo miedo a nada ni a nadie. Pero sí a una cosa: a vivir sin Ti, como si fuese huérfano. Encárgate Tú, por favor, de que eso no suceda, y ya está. ¡Gracias, Madre mía!

_Ahora puedes seguir hablando a María con tus palabras, comentándole algo de lo que has leído. Después termina con la oración final._


*ORACIÓN FINAL PARA CADA DÍA*

_¡OH SEÑORA MÍA, Oh Madre mía! Yo me ofrezco enteramente a ti; y en prueba de mi amor de hijo te consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón; en una palabra, todo mi ser. Ya que soy todo tuyo, Madre buena, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén
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  𝕍𝕚𝕧𝕚𝕖𝕟𝕕𝕠 𝕃𝕒 ℙ𝕒𝕤𝕔𝕦𝕒

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*Día 45- Don de Fortaleza*

*ORACION INICIAL*


Señor mío y Dios mío
Dios de la salvación renovada de generación en generación, resucita en nosotros todo lo que es muerte y lejanía de ti, danos vida y actitudes de resucitados contigo y haznos testigos de tu reino entre los hombres, por el amor, la justicia y la paz.

Pon sabiduría, Señor, en nuestro lenguaje, pon ternura en nuestra mirada, pon misericordia en nuestra mente que hace juicios, pon entrega y calor en nuestras manos, pon escucha en nuestros oídos para el clamor de los hermanos, pon fuego en nuestro corazón para que no se acostumbre a sus carencias y a su dolor.

Quédate con nosotros, haznos gustar el pan del evangelio, deja que en el camino, mientras vas con nosotros, se nos cambie la vida... Y envíanos de nuevo, audaces y gozosos, para decir al mundo que vives y que reinas, que quieres que el amor solucione las cosas, y cuentas con nosotros.

Y que Tú vas delante, como norte y apoyo, como meta y camino, hasta el fin de los días.

*MEDITACION*
*El Don de Fortaleza*

- El Espíritu Santo proporciona al alma la fortaleza necesaria para vencer los obstáculos y practicar las virtudes.
- El Señor espera de nosotros el heroísmo en lo pequeño, en el cumplimiento diario de los propios deberes.
- Fortaleza en nuestra vida ordinaria. Medios para facilitar la acción de este don.


I. La historia del pueblo de Israel manifiesta la continua protección de Dios. La misión de quienes habrían de guiarlo y protegerlo hasta llegar a la Tierra Prometida superaba con mucho sus fuerzas y sus posibilidades. Cuando Moisés le expone al Señor su incapacidad para presentarse ante el Faraón y liberar de Egipto a los israelitas, el Señor le dice: Yo estaré contigo (1). Este mismo auxilio divino se garantiza a los Profetas y a todos aquellos que reciben especiales encargos. En los cánticos de acción de gracias reconocen siempre que sólo por la fortaleza que han recibido de lo Alto han podido llevar a cabo su tarea. Los salmos no cesan de exaltar la fuerza protectora de Dios: Yahvé es la Roca de Israel, su fortaleza y su seguridad.

El Señor promete a los Apóstoles -columnas de la Iglesia- que serán revestidos por el Espíritu Santo de la fuerza de lo alto (2). El Paráclito mismo asistirá a la Iglesia y a cada uno de sus miembros hasta el fin de los siglos. La virtud sobrenatural de la fortaleza, la ayuda específica de Dios, es imprescindible al cristiano para luchar y vencer contra los obstáculos que cada día se le presentan en su pelea interior por amar cada día más al Señor y cumplir sus deberes. Y esta virtud es perfeccionada por el don de fortaleza, que hace prontos y fáciles los actos correspondientes.

En la medida en que vamos purificando nuestras almas y somos dóciles a la acción de la gracia, cada uno puede decir, como San Pablo: todo lo puedo en Aquel que me conforta (3). Bajo la acción del Espíritu Santo, el cristiano se siente capaz de las acciones más difíciles y de soportar las pruebas más duras por amor a Dios. El alma, movida por este don, no pone la confianza en sus propios esfuerzos, pues nadie mejor que ella, si es humilde, tiene conciencia de su propia endeblez y de su incapacidad para llevara cabo la tarea de su santificación y la misión que el Señor le encarga en esta vida; pero oye, de modo particular en los momentos más difíciles, que el Señor le dice: Yo estaré contigo. Entonces se atreve a decir: si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? (...). ¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿Acaso la tribulación, o la angustia, o el hambre, o la desnudez, o el riesgo, o la persecución, o el cuchillo? (...). Pero en medio de todas estas cosas triunfamos por virtud de Aquel que nos amó. Por lo que estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni virtudes, ni lo presente, ni lo venidero, ni la fuerza, ni lo que hay de más alto, ni de más profundo, ni otra ninguna criatura, podrá jamás separarnos del amor de Dios, que se funda en Jesucristo Nuestro Señor (4).
Es éste un grito de fortaleza y de optimismo que se apoya en Dios.

Si dejamos que el Paráclito tome posesión de nuestra vida, nuestra seguridad no tendrá límites. Comprendemos entonces de una manera más profunda que el Señor escoge lo débil, lo que a los ojos del mundo no tiene nobleza ni poder (...), para que nadie pueda gloriarse ante Dios (5), y que no pide a sus hijos más que la buena voluntad de poner todo lo que está de su parte, para llevar Él a cabo maravillas de gracia y de misericordia. Nada parece entonces demasiado difícil, porque todo lo esperamos de Dios, y no ponemos la confianza de modo absoluto en ninguno de los medios humanos que habremos de utilizar, sino en la gracia del Señor. El espíritu de fortaleza proporciona al alma una energía renovada ante los obstáculos, internos o externos, y para practicar las virtudes en el propio ambiente y en los propios quehaceres.

II. La Tradición asocia el don de fortaleza al hambre y sed de justicia (6). "El vivo deseo de servir a Dios a pesar de todas las dificultades es justamente esa hambre que el Señor suscita en nosotros. Él la hace nacer y la escucha, según le fue dicho a Daniel: Y Yo vengo para instruirte, porque tú eres un varón de deseos (Dan 9, 23)" (7). Este don produce en el alma dócil al Espíritu Santo un afán siempre creciente de santidad, que no mengua ante los obstáculos y dificultades. Santo Tomás dice que debemos anhelar esta santidad de tal manera que "nunca nos sintamos satisfechos en esta vida, como nunca se siente satisfecho el avaro" (8).

El ejemplo de los santos nos impulsa a crecer más y más en la fidelidad a Dios en medio de nuestras obligaciones, amándole más cuanto mayores sean las dificultades por las que pasemos, dándole más firmeza a nuestro afán de santidad, sin dejar que tome cuerpo el desánimo ante la posible falta de medios en el apostolado, o al experimentar quizá que no avanzamos, al menos aparentemente, en las metas de mejora que nos habíamos propuesto. Como dejó escrito Santa Teresa: "importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella (a la santidad), venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájeselo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo" (9).

La virtud de la fortaleza, perfeccionada por el don del Espíritu Santo, nos permite superar los obstáculos que, de una manera u otra, vamos a encontrar en el camino de la santidad, pero no suprime la flaqueza propia de la naturaleza humana, el temor al peligro, el miedo al dolor, a la fatiga. El fuerte puede tener miedo, pero lo supera gracias al amor. Precisamente porque ama, el cristiano es capaz de enfrentarse a los mayores riesgos, aunque la propia sensibilidad sienta repugnancia no sólo en el comienzo, sino a lo largo de todo el tiempo que dure la prueba o el conseguir lo que ama. La fortaleza no evita siempre los desfallecimientos propios de toda naturaleza creada.

Esta virtud lleva hasta dar la vida voluntariamente en testimonio de la fe, si el Señor así lo pide. El martirio es el acto supremo de la fortaleza, y Dios lo ha pedido a muchos fieles a lo largo de la historia de la Iglesia. Los mártires han sido -y son- la corona de la Iglesia, y una prueba más de su origen divino y santidad. Cada cristiano debe estar dispuesto a dar la vida por Cristo si las circunstancias lo exigieran. El Espíritu Santo daría entonces las fuerzas y la valentía para afrontar esta prueba suprema. Lo ordinario será, sin embargo, que espere de nosotros el heroísmo en lo pequeño, en el cumplimiento diario de los propios deberes.

Cada día tenemos necesidad del don de fortaleza, porque cada día debemos ejercitar esta virtud para vencer los propios caprichos, el egoísmo y la comodidad.
Deberemos ser firmes ante un ambiente que en muchas ocasiones se presentará contrario a la doctrina de Jesucristo, para vencer los respetos humanos, para dar un testimonio sencillo pero elocuente del Señor, como hicieron los Apóstoles.


III. Debemos pedir frecuentemente el don de fortaleza para vencer la resistencia a cumplir los deberes que cuestan, para enfrentarnos a los obstáculos normales de toda existencia, para llevar con paciencia la enfermedad cuando llegue, para perseverar en el quehacer diario, para ser constantes en el apostolado, para sobrellevar la adversidad con serenidad y espíritu sobrenatural. Debemos pedir este don para tener esa fortaleza interior que nos facilita el olvido de nosotros mismos y andar más pendientes de quienes están a nuestro lado, para mortificar el deseo de llamar la atención, para servir a los demás sin que apenas lo noten, para vencer la impaciencia, para no dar muchas vueltas a los propios problemas y dificultades, para no quejarnos ante la dificultad o el malestar, para mortificar la imaginación rechazando los pensamientos inútiles... Necesitamos fortaleza en el apostolado para hablar de Dios sin miedo, para comportarnos siempre de modo cristiano aunque choque con un ambiente paganizado, para hacer la corrección fraterna cuando sea preciso... Fortaleza para cumplir eficazmente nuestros deberes: prestando una ayuda incondicional a quienes dependen de nosotros, exigiendo de forma amable y con la firmeza que cada caso requiera... El don de fortaleza se convierte así en el gran recurso contra la tibieza, que lleva a la dejadez y al aburguesamiento.

El don de fortaleza encuentra en las dificultades unas condiciones excepcionales para crecer y afianzarse, si en estas situaciones sabemos estar junto al Señor. "Los árboles que crecen en lugares sombreados y libres de vientos, mientras que externamente se desarrollan con aspecto próspero, se hacen blandos y fangosos, y fácilmente les hiere cualquier cosa; sin embargo, los árboles que viven en las cumbres de los montes más altos, agitados por muchos vientos y constantemente expuestos a la intemperie y a todas las inclemencias, golpeados por fortísimas tempestades y cubiertos de frecuentes nieves, se hacen más robustos que el hierro" (10).

Este don se obtiene siendo humildes -aceptando la propia flaqueza-y acudiendo al Señor en la oración y en los sacramentos.

El sacramento de la Confirmación nos fortaleció para que lucháramos como milites Christi (11), como soldados de Cristo. La Comunión -"alimento para ser fuertes" (12)- restaura nuestras energías; el sacramento de la Penitencia nos fortalece contra el pecado y las tentaciones. En la Unción de los enfermos, el Señor da ayuda a los suyos para la última batalla, aquella en la que se decide la eternidad para siempre.

El Espíritu Santo es un Maestro dulce y sabio, pero también exigente, porque no da sus dones si no estamos dispuestos a pasar por la Cruz y a corresponder a sus gracias.


(1) Gen 3, 12.- (2) Lc 24, 29.- (3) Flp 4, 13 .- (4) Rom 8, 31-39.- (5) Cfr. 1 Cor 1, 27-29.- (6) Mt 5, 6.- (7) R. GARRIGOU-LAGRANGE, Las tres edades de la vida interior, Palabra, 2ª ed., Madrid 1978, vol. II, p. 594.- (8) SANTO TOMAS, Comentario sobre San Mateo, 5, 2.- (9) SANTA TERESA, Camino de perfección, 21, 2.- (10) SAN JUAN CRISOSTOMO, Hom. sobre la gloria en la tribulación .- (11) Cfr. 2 Tim 2, 3.- (12) Cfr. SAN AGUSTIN, Confesiones, 7, 10.

*ORACION FINAL*


Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.
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ℙ𝕒𝕤𝕔𝕦𝕒
ℂ𝕠𝕟
𝕊𝕒𝕟𝕥𝕠
𝕋𝕠𝕞𝕒𝕤
𝕕𝕖 𝔸𝕢𝕦𝕚𝕟𝕠


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*Día 47-LA FUENTE DE TODO CONSUELO*

_Miércoles de la séptima semana de Pascua_


Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
el Padre de las misericordias, y Dios de toda consolación
2 Cor 1, 3).

1. Nosotros bendecimos a Dios, y Dios nos bendice a nosotros, pero de distinta manera. Para Dios, decir es hacer, como dice la Escritura: Él dijo, y fueran hechas las cosas (Sal 32, 9). Para Dios, bendecir es hacer el bien y derramar el bien. Mas nuestro decir no es causal, reconoce solamente, expresa lo que existe. Para nosotros bendecir es lo mismo que reconocer el bien. Luego, cuando damos gracias a Dios, lo bendecimos, esto es, lo reconocernos como bueno y dador de todos los bienes.

Por consiguiente, el Apóstol rectamente da gracias al Padre, porque es misericordioso y consolador.

Los hombres necesitan sobre todo dos cosas:
1º) Que se le quiten los males, y esto lo hace la misericordia, que quita la miseria. El compadecerse es propio del Padre.
2º) Ser sostenido en los males que les sobrevienen, y esto se llama propiamente consolar, pues si el hombre no tuviese algo en que descansar su corazón, cuando le sobrevienen los males, no subsistiría. Entonces, alguien consuela a otro, cuando le lleva algún refrigerio con el que se alivia de los males. Y aun cuando en algunos males puede el hombre ser consolado, descansar y ser fortalecido, sin embargo, sólo Dios es el que nos consuela en todos los males. Por eso dice: Dios de toda consolación, porque sí pecas, te consuela Dios, pues es misericordioso. Si eres afligido, él te consuela, o sacándote de la aflicción con su poder, o juzgando con justicia. Si trabajas, te consuela recompensándote: Yo soy tu galardón (Gen 15, 1). Por eso se dice: Bienaventurados los que lloran (Mt 5, 5).
II. Para que podamos también consolar a los que están en toda angustia (2 Cor 1, 4).
Existe un orden en los dones divinos. Pues Dios da a algunos dones especiales, para que éstos, a su vez, los derramen para utilidad de los demás; así no da la luz al sol para que se alumbre a sí mismo, sino a todo el mundo; por eso quiere que recaiga sobre los otros alguna utilidad de todos nuestros bienes, ya sean riquezas, poder, ciencia, sabiduría. Y así dice el Apóstol: El cual nos consuela en toda nuestra tribulación; pero ¿para qué? No únicamente para nuestro bien personal, sino para que ello aproveche a los demás. Por eso dice: para que podamos también consular.

Podemos consolar a otro por el ejemplo de nuestra consolación; pues quien no ha experimentado consuelo, no sabe consolar. El espíritu el Señor sobre mí... para consolar a todos los que lloran (Is 61, 1-2).

Podemos consolar exhortando a la paciencia en los padecimientos, prometiendo premios eternos. Y de este modo nuestro consuelo se convierte en el consuelo de los otros.
(In II Cor., 1, 3)
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𝟛𝟙 𝔽𝕝𝕠𝕣𝕖𝕤 𝕡𝕒𝕣𝕒 𝕝𝕒 𝕍𝕚𝕣𝕘𝕖𝕟 𝕄𝕒𝕣𝕚𝕒

✞Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro.
✟En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

*Acto de contrición:* Señor mío, Jesucristo…

*Invocación inicial* ¡Virgen de las gracias! Haz que continúe tu protección sobre todos los hijos de la Iglesia universal que, por la gracia del Espíritu Santo, son todos hermanos. La vida de aquí abajo no está exenta de sacrificios y de cruces. Pero mirándote a ti, todo se vuelve leve y ligero. Amén.

*Peticiones*
Que tu Madre, refugio de pecadores, interceda por nosotros, para que obtengamos el perdón de nuestros pecados. Ave María.
Tú, que hiciste a tu Madre llena de gracia, concede la abundancia de tu gracia a todos los hombres. Ave María.
Tú, que quisiste nacer de María Virgen para ser hermano nuestro, haz que todos los hombres nos amemos fraternalmente. Ave María.

*Con flores a María*
En este momento, según el día del mes, se ofrece a María uno de los obsequios espirituales que se proponen más adelante.

🌻*Día 16:* María, Madre, tú eras audaz, emprendedora, confiada plenamente en el Espíritu que te acompañó a lo largo de tu vida: enséñame a desconfiar de mí mismo y a poner mi esperanza en el Poderoso que quiere hacer obras grandes en mí.
_Te ofrezco: encomendarme al Señor antes de cada actividad que haga hoy._


*Oraciones finales*

*Oración de san Bernardo*
Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que ha acudido a vos, implorando vuestra asistencia y reclamando vuestro auxilio, haya sido abandonado de vos. Animado con esta confianza, a vos también acudo, oh Virgen, Madre de las vírgenes, y, aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana. No desechéis, oh purísima Madre de Dios, mis humildes súplicas; antes bien, escuchadlas favorablemente. Así sea.

_Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A ti, celestial Princesa, Virgen sagrada, María, te ofrezco en este día alma, vida y corazón; mírame con compasión; no me dejes, Madre mía._

*Regina Coeli* 👸
Reina del cielo, alégrate, aleluya, porque el que mereciste llevar en tu seno, aleluya, ha resucitado, según su palabra, aleluya. Ruega por nosotros a Dios, aleluya. Gózate y alégrate, Virgen María, aleluya. Porque verdaderamente ha resucitado el Señor, aleluya.

*Oración*
Oh Dios, que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, has llenado el mundo de alegría, concédenos por intercesión de su Madre, la Virgen María, alcanzar el gozo de la vida eterna. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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1. PROHIBIDO CORRER: Es corto; no tengas prisa en acabar. No es leer y ya está. Dale tiempo a que Ella te hable.

2 LO QUE NO ESTÁ ESCRITO ¿Sabes qué es lo mejor de este texto? Lo que no está escrito y tú le digas; la conversación que tú, personalmente, tengas con María.

*ORACIÓN INICIAL PARA CADA DÍA*

Santa María, ¡Madre de Dios y Madre mía! Eres más madre que todas las madres juntas: cuídame como Tú sabes. Grábame, por favor, estas tres cosas que dijiste:

*"NO TIENEN VINO":* presenta siempre a tu Hijo mis necesidades y las de todos tus hijos.

*"HACED LO QUE ÉL OS DIGA":* dame luz para saber lo que Jesús me dice, y amor grande para hacerlo fielmente.

"HE AQUÍ LA ESCLAVA DEL SEÑOR": que yo no tenga otra respuesta ante todo lo que Él me insinúe.


*Día 16: Este hombre está chiflado*

San Juan Bosco necesitaba construir una Iglesia en honor de María Auxiliadora, pero no tenía nada de dinero. Se lanzó, pero las deudas también se lanzaron sobre él. Para conseguir dinero en un momento en que no podía retrasar más los pagos, un día le dijo a la Virgen:

- ¡Madre mía! Yo he hecho tantas veces lo que tú me has pedido... ¿Consentirás en hacer hoy lo que yo te voy a pedir?

Con la sensación de que la Virgen se ha puesto en sus manos, don Bosco penetra en el palacio de un enfermo que tenía bastante dinero pero que también era bastante tacaño. Este enfermo, que hace tres años vive crucificado por los dolores y no podía siquiera moverse de la cama, al ver a don Bosco le dijo:

- Si yo pudiera sentirme aliviado, haría algo por usted.

- Muchas gracias; su deseo llega en el momento oportuno; necesito precisamente ahora tres mil liras.

- Está bien; obténgame siquiera un alivio, y a fin de año se las daré.

- Es que yo las necesito ahora mismo.

El enfermo cambia con mucho dolor de postura, y mirando fijamente a don Bosco, le dice:

- ¿Ahora? Tendría que salir, ir yo mismo al Banco Nacional, negociar unas cédulas... ¡Ya ve!, es imposible.

No, señor, es muy posible -replica Don Bosco mirando su reloj-. Son las dos de la tarde... Levántese, vístase y vamos allá dando gracias a María Auxiliadora.

-¡Este hombre está chiflado! Protesta el viejo entre las cobijas. -Hace tres años que no me muevo en la cama sin dar gritos de dolor, ¿y usted dice que me levante? ¡Imposible!

- Imposible para usted, pero no para Dios... ¡Ánimo! Haga la prueba...

Al rumor de las voces han acudido varios parientes, la habitación está llena. Todos piensan de don Bosco lo mismo que el enfermo: que está chiflado.

Traigan la ropa del señor, que va a vestirse -dice Don Bosco-, y hagan preparar el coche, porque va a salir. Entretanto, nosotros, recemos. Llega el médico.

- ¿Qué imprudencia está por cometer, señor mío?

Pero ya el enfermo no escuchaba más que a don Bosco; se arroja de la cama y empieza a vestirse solo, y solo, ante los ojos maravillados de sus parientes, sale de la habitación y baja las escaleras y sube al coche. Detrás de él, don Bosco.

- ¡Cochero, al Banco Nacional! Ya la gente no se acuerda de él: llevaba tres años sin salir a la calle. Vende sus cédulas y entrega a don Bosco sus tres mil liras.

Quien confía en Ti, Madre, jamás se queda a dos velas. Pero no estoy seguro de poderte decir lo que te dijo don Bosco: Madre mía, yo he hecho tantas veces lo que Tú me has pedido. Sí, a partir de ahora, sí que podré decírtelo. Pero ayúdame: quiero, sinceramente, saber lo que me pides.

Ahora puedes seguir hablando a María con tus palabras, comentándole algo de lo que has leído.
Después termina con la oración final.


*ORACIÓN FINAL PARA CADA DÍA*
_¡OH SEÑORA MÍA, Oh Madre mía! Yo me ofrezco enteramente a ti; y en prueba de mi amor de hijo te consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón; en una palabra, todo mi ser. Ya que soy todo tuyo, Madre buena, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya. Amén
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  𝕍𝕚𝕧𝕚𝕖𝕟𝕕𝕠 𝕃𝕒 ℙ𝕒𝕤𝕔𝕦𝕒

╚♡⊛❁🩷══ 🩵❁⊛♡╝

*Día 46- El Don de Temor de Dios*

*ORACION INICIAL*

Señor mío y Dios mío
Dios de la salvación renovada de generación en generación, resucita en nosotros todo lo que es muerte y lejanía de ti, danos vida y actitudes de resucitados contigo y haznos testigos de tu reino entre los hombres, por el amor, la justicia y la paz.

Pon sabiduría, Señor, en nuestro lenguaje, pon ternura en nuestra mirada, pon misericordia en nuestra mente que hace juicios, pon entrega y calor en nuestras manos, pon escucha en nuestros oídos para el clamor de los hermanos, pon fuego en nuestro corazón para que no se acostumbre a sus carencias y a su dolor.

Quédate con nosotros, haznos gustar el pan del evangelio, deja que en el camino, mientras vas con nosotros, se nos cambie la vida... Y envíanos de nuevo, audaces y gozosos, para decir al mundo que vives y que reinas, que quieres que el amor solucione las cosas, y cuentas con nosotros.
Y que Tú vas delante, como norte y apoyo, como meta y camino, hasta el fin de los días.

*MEDITACION*
*El Don de Temor de Dios*

- El temor servil y el santo temor de Dios. Consecuencias de este don en el alma.
- El santo temor de Dios y el empeño por rechazar todo pecado.
- Relaciones de este don con las virtudes de la humildad y de la templanza. Delicadeza de alma y sentido del pecado.


I. Dice Santa Teresa que ante tantas tentaciones y pruebas que hemos de padecer, el Señor nos otorga dos remedios: "amor y temor". "El amor nos hará apresurar los pasos, y el temor nos hará ir mirando a dónde ponemos los pies para no caer" (1).

Pero no todo temor es bueno. Existe el temor mundano (2), propio de quienes temen sobre todo el mal físico o las desventajas sociales que pueden afectarles en esta vida. Huyen de las incomodidades de aquí abajo, mostrándose dispuestos a abandonar a Cristo y a su Iglesia en cuanto prevén que la fidelidad a la vida cristiana puede causarles alguna contrariedad. De ese temor se originan los "respetos humanos", y es fuente de incontables capitulaciones y el origen de la misma infidelidad.

Es muy diferente el llamado temor servil, que aparta del pecado por miedo a las penas del infierno o por cualquier otro motivo interesado de orden sobrenatural. Es un temor bueno, pues para muchos que están alejados de Dios puede ser el primer paso hacia su conversión y el comienzo del amor (3). No debe ser éste el motivo principal del cristiano, pero en muchos casos será una gran defensa contra la tentación y los atractivos con que se reviste el mal.

El que teme no es perfecto en la caridad (4) -nos dejó escrito el Apóstol San Juan-, porque el cristiano verdadero se mueve por amor y está hecho para amar. El santo temor de Dios, don del Espíritu Santo, es el que reposó, con los demás dones, en el Alma santísima de Cristo, el que llenó también a la Santísima Virgen; el que tuvieron las almas santas, el que permanece para siempre en el Cielo y lleva a los bienaventurados, junto a los ángeles, a dar una alabanza continua a la Santísima Trinidad. Santo Tomás enseña que este don es consecuencia del don de sabiduría y como su manifestación externa (3).

Este temor filial, propio de hijos que se sienten amparados por su Padre, a quien no desean ofender, tiene dos efectos principales. El más importante, puesto que es el único que se dio en Cristo y en la Santísima Virgen, es un respeto inmenso por la majestad de Dios, un hondo sentido de lo sagrado y una complacencia sin límites en su bondad de Padre. En virtud de este don las almas santas han reconocido su nada delante de Dios. También nosotros podemos repetir con frecuencia, reconociendo nuestra nulidad, y quizá a modo de jaculatoria, aquello que con tanta frecuencia repetía el Siervo de Dios Josemaría Escrivá de Balaguer: no valgo nada, no tengo nada, no puedo nada, no sé nada, no soy nada, ¡nada! (6), a la vez que reconocía la grandeza inconmensurable de sentirse y de ser hijo de Dios.
Durante la vida terrena, se da otro efecto de este don: un gran horror al pecado y, si se tiene la desgracia de cometerlo, una vivísima contrición. Con la luz de la fe, esclarecida por los resplandores de los demás dones, el alma comprende algo de la trascendencia de Dios, de la distancia infinita y del abismo que abre el pecado entre el hombre y Dios.

El don de temor nos ilumina para entender que "en la raíz de los males morales que dividen y desgarran la sociedad está el pecado" (7). Y el donde temor nos lleva a aborrecer también el pecado venial deliberado, a reaccionar con energía contra los primeros síntomas de la tibieza, la dejadez o el aburguesamiento. En determinadas ocasiones de nuestra vida quizá nos veamos necesitados de repetir con energía, como una oración urgente: "¡No quiero tibieza!: "confige timore tuo carnes meas!" -¡dame, Dios mío, un temor filial, que me haga reaccionar!" (8).


II. Amor y temor. Con este bagaje hemos de hacer el camino. "Cuando el amor llega a eliminar del todo el temor, el mismo temor se transforma en amor" (9). Es el temor del hijo que ama a su Padre con todo su ser y que no quiere separarse de Él por nada del mundo. Entonces, el alma comprende mejor la distancia infinita que la separa de Dios, y a la vez su condición de hijo. Nunca como hasta ese momento ha tratado a Dios con más confianza, nunca tampoco le ha tratado con más respeto y veneración. Cuando se pierde el temor santo de Dios, se diluye o se pierde el sentido del pecado y entra con facilidad la tibieza en las almas. Se pierde el sentido del poder, de la Majestad de Dios y del honor que se le debe.

Nuestro acercamiento al mundo sobrenatural no lo podemos llevar a cabo intentando inútilmente eliminar la trascendencia de Dios, sino a través de esa divinización que produce la gracia en nosotros, mediante la humildad y el amor, que se expresa en la lucha por desterrar todo pecado de nuestra vida.

"El primer requisito para desterrar ese mal (...), es procurar conducirse con la disposición clara, habitual y actual, de aversión al pecado. Reciamente, con sinceridad, hemos de sentir -en el corazón y en la cabeza- horror al pecado grave. Y también ha de ser nuestra actitud, hondamente arraigada, de abominar del pecado venial deliberado, de esas claudicaciones que no nos privan de la gracia divina, pero debilitan los cauces por los que nos llega" (10). Muchos parecen hoy haber perdido el santo temor de Dios. Olvidan quién es Dios y quiénes somos nosotros, olvidan la Justicia divina y así se animan a seguir adelante en sus desvaríos (11). La meditación del fin último, de los Novísimos, de aquella realidad que veremos dentro quizá de no mucho tiempo: el encuentro definitivo con Dios, nos dispone para que el Espíritu Santo nos conceda con más amplitud ese don que tan cerca está del amor.


III. De muchas formas nos dice el Señor que a nada debemos tener miedo, excepto al pecado, que nos quita la amistad con Dios. Ante cualquier dificultad, ante el ambiente, ante un futuro incierto... no debemos temer, debemos ser fuertes y valerosos, como corresponde a hijos de Dios. Un cristiano no puede vivir atemorizado, pero sí debe llevar en el corazón un santo temor de Dios, al que por otra parte ama con locura.

A lo largo del Evangelio, "Cristo repite varias veces: No tengáis miedo... no temáis. Y a la vez, junto a estas llamadas a la fortaleza, resuena la exhortación: Temed, temed más bien al que puede enviar el cuerpo y el alma al infierno (Mt 10, 28). Somos llamados a la fortaleza y, a la vez, al temor de Dios, y éste debe ser temor de amor, temor filial. Y solamente cuando este temor penetre en nuestros corazones, podremos ser realmente fuertes con la fortaleza de los Apóstoles, de los mártires, de los confesores" (12).

Entre los efectos principales que causa en el alma el temor de Dios está el desprendimiento de las cosas creadas y una actitud interior de vigilia para evitar las menores ocasiones de pecado. Deja en el alma una particular sensibilidad para detectar todo aquello que puede contristar al Espíritu Santo (13).
El don de temor se halla en la raíz de la humildad, en cuanto da al alma la conciencia de su fragilidad y la necesidad de tener la voluntad en fiel y amorosa sumisión a la infinita Majestad de Dios, situándonos siempre en nuestro lugar, sin querer ocupar el lugar de Dios, sin recibir honores que son para la gloria de Dios. Una de las manifestaciones de la soberbia es el desconocimiento del temor de Dios.

Junto a la humildad, tiene el don de temor de Dios una singular afinidad con la virtud de la templanza, que lleva a usar con moderación de las cosas humanas subordinándolas al fin sobrenatural. La raíz más frecuente del pecado se encuentra precisamente en la búsqueda desordenada de los placeres sensibles o de las cosas materiales, y ahí actúa este don, purificando el corazón y conservándolo entero para Dios.

El don de temor es por excelencia el de la lucha contra el pecado. Todos los demás dones le ayudan en esta misión particular: las luces de los dones de entendimiento y de sabiduría le descubren la grandeza de Dios y la verdadera significación del pecado; las directrices prácticas del don de consejo le mantienen en la admiración de Dios; el don de fortaleza le sostiene en una lucha sin desfallecimientos contra el mal (14).

Este don, que fue infundido con los demás en el Bautismo, aumenta en la medida en que somos fieles a las gracias que nos otorga el Espíritu Santo; y de modo específico, cuando consideramos la grandeza y majestad de Dios, cuando hacemos con profundidad el examen de conciencia, descubriendo y dando la importancia que tiene a nuestras faltas y pecados. El santo temor de Dios nos llevará con facilidad a la contrición, al arrepentimiento por amor filial: "amor y temor de Dios. Son dos castillos fuertes, desde donde se da guerra al mundo y a los demonios" (15).

El santo temor de Dios nos conducirá con suavidad a una prudente desconfianza de nosotros mismos, a huir con rapidez de las ocasiones de pecado; y nos inclinará a una mayor delicadeza con Dios y con todo lo que a Él se refiere. Pidamos al Espíritu Santo que nos ayude mediante este don a reconocer sinceramente nuestras faltas y a dolernos verdaderamente de ellas. Que nos haga reaccionar como el salmista: ríos de lágrimas derramaron mis ojos, porque no observaron tu ley (16). Pidámosle que, con delicadeza de alma, tengamos muy a flor de piel el sentido del pecado.


(1) SANTA TERESA, Camino de perfección, 40, 1.- (2) Cfr. M. M. PHILIPON, Los dones del Espíritu Santo, Palabra, Madrid 1983, p. 325.- (3) Eclo 25, 16.- (4) Jn 4, 18.- (5) SANTO TOMAS, Suma Teológica, 2-2, q. 45, a. 1, ad 3.- (6) Citado por A. VAZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid 1983, p. 383.- (7) JUAN PABLO II, Carta de presentación del "Instrumentum laboris" para el VI Sínodo de Obispos, 25-I-1983.- (8) Cfr. J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 326.- (9) SAN GREGORIO DE NISA, Homilía 15 .- (10) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Amigos de Dios, 243.- (11) Cfr. IDEM, Camino, n. 747.- (12) JUAN PABLO II, Discurso a los nuevos cardenales, 30-VI-1979.- (13) Ef 4, 10.- (14) Cfr. M. M. PHILIPON, o. c., p. 332.- (15) SANTA TERESA, o. c., 40, 2.- (16) Sal 118, 36.

*ORACION FINAL*

Señor, aquí estoy delante de ti. Ayúdame a tomar conciencia viva de que tú estás conmigo siempre. Esté donde esté, tu presencia amorosa me envuelve. Dame tu gracia para que este rato de oración me sea provechoso. Que vea claro qué quieres de mí. Dame un corazón nuevo, que me guíe por tus caminos de amor. Me pongo en tus manos, Señor. Soy todo tuyo. Haz de mí lo que tú quieras. Amén.
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ℙ𝕒𝕤𝕔𝕦𝕒
ℂ𝕠𝕟
𝕊𝕒𝕟𝕥𝕠
𝕋𝕠𝕞𝕒𝕤
𝕕𝕖 𝔸𝕢𝕦𝕚𝕟𝕠


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*Día 48-PREPARACIÓN PARA RECIBIR AL ESPÍRITU SANTO*

_Jueves de la séptima semana de Pascua_


Si me amáis, guardad mis mandamientos.
Y yo rogare al Padre, y os dará otro Consolador
(Jn 14, 15-16).


I. Los discípulos tenían necesidad de una doble preparación: el amor del corazón y la obediencia en la acción. El Señor supone que ellos tenían una de las dos y por eso dice: Si me amáis, y esto se ve en que os entristecéis por mi partida. Pero les ordena otra cosa futura, diciendo: Guardad mis mandamientos, como si dijese: No mostréis el amor que me tenéis con lloros, sino con la obediencia a mis mandamientos, pues ésta es la señal evidente del amor. Esas dos cosas preparan al recibimiento del Espíritu Santo.

Ya que, siendo el Espíritu Santo amor, no se da sino a los que aman. Yo amo a los que me aman (Prov 8, 17). También se da a los obedientes: Sobre quien descansa mi Espíritu, etc. (Is 11, 2).

II. Mas ¿por ventura la obediencia y el amor preparan? Parece que no, porque el amor con que amamos a Dios nos viene por el Espíritu Santo, así como también la obediencia nos viene del Espíritu Santo.

Mas conviene saber que en los dones de Dios quien usa bien de un don que le fue concedido, merece recibir un don nuevo y una gracia más grande; y quien usa mal, será privado de eso mismo que recibió. Al siervo perezoso se le quitó el talento que había recibido de su señor, porque no usó bien de él, y fue dado al que había recibido cinco. Lo mismo ocurre con los dones del Espíritu Santo.

Nadie puede amar a Dios, si no es por el Espíritu Santo. No somos nosotros los que prevenimos la gracia de Dios, es ella la que nos previene a nosotros.

Por eso debe decirse que los Apóstoles recibieron efectivamente en primer lugar al Espíritu Santo para que amasen a Dios y obedeciesen a sus mandatos. Pero era necesario además que recibiesen más ampliamente al Espíritu Santo, para usar bien del don del Espíritu Santo anteriormente recibido, amando y obedeciendo.
En este sentido debe leerse: Si me amáis, por el Espíritu que tenéis, y obedecéis mis mandatos, recibiréis más plenamente al Espíritu Santo, que ya poseéis.
(In Joan., XIV)
2024/05/16 17:50:08
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