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Puesto de ácido durante el Festival de Woodstock, Agosto, 1969.
Por si alguna vez creíste q los ammonites eran pequeños
Toro Apis momificado, 300 a. C. - 400 d. C., expuesta en el Museo Smithsoniano.
De la ficha técnica de lee: Aunque al menos nueve capas de envoltura protegen a este toro, la radiografía inferior revela solo un revoltijo de huesos en su interior. Algunos estudiosos sugieren que los sacerdotes o el faraón comían la carne para participar de los poderes del dios. Sin embargo, los embalsamadores momificaban la cabeza y celebraban un ritual para que el toro pudiera ver, comer y oír eternamente.
No es un simple casco. Es un testigo del rugido de los anfiteatros romanos, del metal contra metal y de la respiración contenida de miles de espectadores.

Este ejemplar, hallado en Pompeya, perteneció a un gladiador de la clase Provocateur. A primera vista, su diseño impresiona: la visera con rejillas circulares no solo protegía los ojos del guerrero, sino que daba a su rostro una apariencia casi inhumana, transformándolo en una figura temible para quien osara enfrentarlo.

La placa frontal abatible revela un ingenio práctico: permitía retirarlo con rapidez, ya fuera para atender heridas o para mostrar el rostro del combatiente al público, un gesto que podía decidir su destino. Los remaches reforzados y añadidos de bronce hablan de un casco que no fue ornamental de museo, sino compañero de batallas, reparado una y otra vez porque su dueño volvía a salir a la arena.

El provocator no era un gladiador cualquiera. Se enfrentaba a rivales igualmente armados, en combates pensados para la resistencia y la técnica, más espectáculo que ejecución. Eran luchadores de élite, comparables a atletas modernos: entrenados, cuidados, admirados. La muerte no siempre era el final esperado; su valor residía en el combate mismo y en la emoción que despertaban.

Este casco, pesado y ornamentado, encarna esa dualidad: protección y espectáculo, crudeza y gloria. No es solo un pedazo de bronce antiguo; es la máscara de un hombre que, bajo la mirada de Roma entera, se convirtió en leyenda.
En la Inglaterra del siglo XVIII, las ejecuciones públicas eran casi un espectáculo popular. En Tyburn, los condenados solían recibir vítores si lograban despedirse con gracia, incluso si eran ladrones o asesinos.
Pero en 1767, cuando Elizabeth Brownrigg, partera de 47 años, subió al cadalso, la multitud no gritó ni sonrió. Nadie la celebraba. Todos la odiaban.

Durante años, Brownrigg había gozado de fama de mujer bondadosa, lo que le abrió las puertas del Hospital de St. Dunstan y la oportunidad de recibir aprendices huérfanas del Hospital Coram. Las niñas, al principio, la veían como una segunda madre. Pero esa máscara se quebró pronto.

La bondad dio paso a un tormento inimaginable. Cualquier error era castigado con un látigo o una vara de abedul. A veces las colgaba de ganchos en la cocina y las azotaba hasta dejarlas sangrando. Mary Jones escapó y mostró sus cicatrices, pero nadie le creyó. Mary Mitchell intentó huir después, fue capturada y sufrió aún peor destino.

La última fue Mary Clifford. Engañada para servir como aprendiz, terminó durmiendo en la carbonera, con heridas que nunca cicatrizaban. Su madre intentó verla, pero le cerraron la puerta. La verdad salió a la luz cuando un vecino la descubrió agonizando en el patio. Cuando las autoridades entraron, hallaron a Mary encerrada en un armario, cubierta de llagas infectadas. Murió poco después.

El juicio encendió la indignación. El esposo y el hijo de Brownrigg recibieron penas leves. Ella, en cambio, fue condenada a la horca. El día de la ejecución, la gente acudió no para entretenerse, sino para presenciar la caída de una mujer a la que consideraban el rostro mismo de la crueldad.

Ese día, Tyburn no aplaudió.
Tyburn escupió.
Reacción de los futbolistas yugoslavos ante el anuncio del fallecimiento del presidente Josip Broz Tito (4 de mayo de 1980).
Paul Alexander fue un abogado y escritor estadounidense que pasó casi toda su vida en un pulmón de acero tras contraer polio a los seis años en 1952. A pesar de quedar paralizado de cuello para abajo y depender de este dispositivo para respirar, logró graduarse de la Universidad de Texas en Austin y obtener su título de abogado en 1984. En 1986, fue admitido en el colegio de abogados de Texas. Su historia se convirtió en un símbolo de resiliencia y superación personal. En 2020, publicó su autobiografía, Tres minutos para un perro, que relataba su vida y desafíos. A lo largo de su vida, también desarrolló una presencia en redes sociales, donde compartió su experiencia y conectó con miles de personas. Falleció el 11 de marzo de 2024 a los 78 años.
*EL CARRO EN LA OSA MAYOR*

El Carro es un asterismo que se encuentra en la constelación de la Osa Mayor, visible durante todo el año en el hemisferio norte, pero su posición en el cielo cambia debido al movimiento de la Tierra alrededor del Sol. Este fenómeno, conocido como movimiento aparente, hace que la Osa Mayor (y el Carro) gire en sentido antihorario alrededor de la Estrella Polar, describiendo un arco en el firmamento. En primavera se encuentra más alta en el cielo nocturno, mientras que en otoño aparece más cerca del horizonte.
Dicen que a Hitler le gustaba mucho esta constelación
Paco, el discípulo olvidado
Dilo, mi ciela 💅🏻
💢 CARTHAGO DELENDA EST 💢

Tras las dos primeras Guerras Púnicas los cartagineses habían abandonado sus pretensiones de supremacía y mostrado de varias maneras su lealtad hacia el antiguo enemigo. Durante las guerras contra Filipo V, Antíoco III y Perseo, proporcionaron a los romanos grandes cantidades de trigo para el aprovisionamiento del ejército y de la misma Roma.

Pero el odio de los romanos hacia el enemigo vencido seguía vivo y estaba representado más que nadie en la persona de Catón.

En el año 157 a. C. viajó a África con una comisión del Senado y comprobó que sus temores no eran injustificados.

Los cartagineses los recibieron amablemente pero cometieron el error, bien por inocencia o por vanidad, de mostrarle a sus invitados los esplendores de su ciudad. Los grandes puertos atiborrados de mercancías de todas partes del Mediterráneo, sus magníficos templos adornados con oro y los vastos campos agrícolas localizados dentro del perímetro de las murallas.

¿Aquella ciudad que rebosaba riquezas era la Cartago vencida?

Catón regresa a Roma y se presenta ante el Senado portando un cesto lleno de higos jugosos y frescos; los dejo caer en el hemiciclo y preguntó:

“¿De dónde creen que proceden estos higos?”

Como el viejo Catón era amante de la agricultura, unos le contestaron que eran de su propia huerta, otros de las campiñas cercanas a Roma, y algunos se atrevieron a decir que el lugar de procedencia no podría ser más lejano que la Campania. Luego de un momento de silencio que dio más dramatismo al acto, les dijo:

“¡De Cartago! Si los higos llegan así de frescos, imaginense cómo llegarán los cartagineses a nuestras puertas”.

Así, muchos senadores se convencieron de que Roma no estaría segura mientras Cartago gozase de semejante prosperidad. Su
supervivencia exigía la desaparición de Cartago. Esta opinión se convirtió en una idea obsesiva en la mente de Catón y propugnó por su destrucción total, adoptando a partir de ese momento la costumbre de terminar todos sus discursos en el Senado, cualquiera que fuese el asunto de que tratara, con estas palabras:

“Ceterum censeo Carthaginem esse delendam” (Y además creo que Cartago debe ser destruida)

En contra de esta opinión estaba la facción de los escipiones y sus aliados, quienes argumentaban que la desaparición de Cartago relajaría el temple de los romanos, al dejar de existir su mayor amenaza.

Catón y los suyos finalmente se salieron con la suya cuando en el 149 a. C. los romanos le declaran la guerra a Cartago, pero no viviría para ver el final de ese conflicto porque murió el mismo año.

En el 146 a. C., después de tres años de valiente resistencia, Cartago se rindió, fue arrasada hasta los cimientos y los pocos sobrevivientes hechos esclavos. Un genocidio según la legislación actual.
2025/10/25 07:49:36
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